Carta 4: Jarras de plástico

 In cartas

Querida Graciela:

La industrialización te la han metido en vena desde que naciste, con el disco rallado de siempre: «nunca se ha vivido tan bien como ahora». Gracias a la industria, el mercado libre y la economía globalizada, piensas que tienes una vida llena de comodidades.

Comodidad. La gran adicción que te tiene metida en tu casita llena de cosas de plástico, de las que desconoces su proveniencia. Dejas pasar las horas y los días en ese adormecimiento lleno de distracciones vacías. La comodidad merma tu creatividad, tu impulso, tu naturaleza y puede que hasta tu independencia.

Y aunque no niego que el desarrollo industrial ha venido acompañado por el progreso social, es hora de retomar lo bueno que tus padres y abuelos se dejaron por el camino. Re-descubrir las satisfacciones, los aprendizajes y las ganancias que proporcionan el esfuerzo y el trabajo bien hecho.

Queda lejos y difícil de recuperar ese sentido de pertenencia y de cuidado al objeto. Ese «compra como un rico y cuida como un pobre», parece fuera de sentido cuando puedes renovar las pertenencias, como de peinado, por dos duros. Producir en masa es barato, así que se vende barato. El precio que pagan el medio ambiente y tus congéneres en países «en desarrollo», no es equiparable al placer de tu cartera. Con un poquito menos de esa «comodidad» de petroleo que engulles, estarías más cerca de la coherencia.

No te culpo, la jaula de oro pinta tan placentera, que hasta parece libertad. No te sientas tan mal, sabes que haces lo que puedes. El mea culpa solo vale si te sirve para hacer cambios.

La cerámica te libera un poco de esa carga. Querer compartir con los demás esa satisfacción que sentiste la primera vez que bebiste de un botijo, sacaste tu pastel del horno hecho en la mini-fuente o comiste lechuga de la gran ensaladera te hace sentir bien. Te hace transportarte a un imaginario idílico de una vida en el campo: conectarte con la tierra, oler a pan recién hecho y a leña.

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Estamos en el camino.

Siempre tuya,
Pequeña Gracia.

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